Al equipo de la biblioteca le está gustando mucho un libro que está leyendo en el que se ha encontrado cosas como estas:
Para aquel que roba, o pide prestado un libro y a su dueño no lo devuelve, que se le mude en sierpe la mano y lo desgarre. Que quede paralizado y condenados todos sus miembros. Que desfallezca de dolor, suplicando a gritos misericordia, y que nada alivie sus sufrimientos hasta que perezca. Que los gusanos de los libros le roan las entrañas como lo hace el remordimiento que nunca cesa. Y que cuando, finalmente, descienda al castigo eterno, que las llamas del infierno lo consuman para siempre.
A aquel que que se apropie la tablilla mediante robo o se la lleve por la fuerza o haga que su esclavo la robe, que Shamash le arranque los ojos, que Nabu y Nisaba lo vuelvan sordo, que Nabu disuelva su vida como el agua.
A quien rompa esta tablilla o la ponga en agua o la borre hasta que no pueda entenderse, que los dioses y diosas del cielo y de la tierra lo castiguen con una maldición que no pueda romperse, terrible y sin piedad, mientras viva, para que su nombre y su simiente queden borrados de la tierra y su carne sea pasto de los perros.
Estos textos hablan de ladrones (afortunadamente, que sepamos, en nuestra biblioteca no hay), maltratadores de libros (de estos, por desgracia, alguno tenemos y no hace falta explicar que, sean del tipo que sean, los maltratadores son una cosa muy fea) y morosos (de estos, ¡ay!, hay).
Unos nos hablan de los primeros textos, que, escritos en soportes muy frágiles como las tablillas de arcilla, se consideraban un bien precioso y preciado, así que si alguno robaba o maltrataba una de esas tablillas se hacía digno de castigos ejemplares como los que recogen el segundo y el tercero de los textos.
El primero ya habla de los libros como los conocemos y en él aparece la figura del moroso (sí, ese que pide prestado un libro y no lo devuelve o lo devuelve tarde).
Es cierto que son textos un poco terribles y apocalípticos, pero son los que nos han venido a la cabeza cuando hace unos días vimos que uno de los miembros del equipo de la biblioteca agitaba escandalizado una lista en la que aparecía anotado un nutrido número de alumnos que no habían devuelto el libro (o libros) que tenían prestado cuando debían haberlo hecho.
Y eso no, no lo podemos permitir. Pensábamos que había quedado claro que estábamos y estamos en contra de los morosos, que no nos gustan nada. Pensábamos que había quedado claro el mensaje que puedes ver en una presentación, que dimos a conocer entre los alumnos el curso pasado, cuando nos encontramos con un caso semejante (está visto que hay cosas que, por desgracia, se repiten), con la esperanza de que, si calaba (está visto que no), los morosos desaparecerían de nuestra biblioteca... Pues no, por ahora, lo único que ha desaparecido en nuestra biblioteca son algunos libros, ¡qué se le va a hacer!
Estos días en los que se nos está pidiendo a todos que sigamos unas normas que solo pueden redundar en el bien común, quizá sea el momento de repetir que, igualmente, si seguimos las normas (echad un vistazo a la presentación, por favor) que tenemos en la biblioteca, conseguiremos algo beneficioso para todos.
Pero, en fin, como nos gusta ser optimistas, vamos a pensar que lo que denunciamos en esta entrada no se va a volver a repetir. Vamos a pensar que todo va a salir bien (en todos los sentidos), así que se impone terminar con la ligereza y belleza de una canción que nos habla también de libros; de libros que se leen en tus ojos.
Estos textos hablan de ladrones (afortunadamente, que sepamos, en nuestra biblioteca no hay), maltratadores de libros (de estos, por desgracia, alguno tenemos y no hace falta explicar que, sean del tipo que sean, los maltratadores son una cosa muy fea) y morosos (de estos, ¡ay!, hay).
Unos nos hablan de los primeros textos, que, escritos en soportes muy frágiles como las tablillas de arcilla, se consideraban un bien precioso y preciado, así que si alguno robaba o maltrataba una de esas tablillas se hacía digno de castigos ejemplares como los que recogen el segundo y el tercero de los textos.
El primero ya habla de los libros como los conocemos y en él aparece la figura del moroso (sí, ese que pide prestado un libro y no lo devuelve o lo devuelve tarde).
Es cierto que son textos un poco terribles y apocalípticos, pero son los que nos han venido a la cabeza cuando hace unos días vimos que uno de los miembros del equipo de la biblioteca agitaba escandalizado una lista en la que aparecía anotado un nutrido número de alumnos que no habían devuelto el libro (o libros) que tenían prestado cuando debían haberlo hecho.
Y eso no, no lo podemos permitir. Pensábamos que había quedado claro que estábamos y estamos en contra de los morosos, que no nos gustan nada. Pensábamos que había quedado claro el mensaje que puedes ver en una presentación, que dimos a conocer entre los alumnos el curso pasado, cuando nos encontramos con un caso semejante (está visto que hay cosas que, por desgracia, se repiten), con la esperanza de que, si calaba (está visto que no), los morosos desaparecerían de nuestra biblioteca... Pues no, por ahora, lo único que ha desaparecido en nuestra biblioteca son algunos libros, ¡qué se le va a hacer!
Estos días en los que se nos está pidiendo a todos que sigamos unas normas que solo pueden redundar en el bien común, quizá sea el momento de repetir que, igualmente, si seguimos las normas (echad un vistazo a la presentación, por favor) que tenemos en la biblioteca, conseguiremos algo beneficioso para todos.
Pero, en fin, como nos gusta ser optimistas, vamos a pensar que lo que denunciamos en esta entrada no se va a volver a repetir. Vamos a pensar que todo va a salir bien (en todos los sentidos), así que se impone terminar con la ligereza y belleza de una canción que nos habla también de libros; de libros que se leen en tus ojos.